FE, FAMILIA Y CHOCOBANANAS
Frank camina por las polvorientas calles de su pequeño pueblo en Manabí llevando una bandeja llena del tesoro más dulce: ¡Choco Bananas! Esos deliciosos plátanos ecuatorianos bañados en chocolate, cada uno preparado con amor y propósito. Y detrás de cada venta, detrás de cada sonrisa que Frank comparte con sus clientes, se esconde un profundo sentido de gratitud.
Ante una elección imposible
En 2020, la vida de Frank dio un giro inesperado. Su hermana menor, de solo 8 años en ese momento, fue diagnosticada con leucemia. La familia estaba devastada. Emocional y financieramente, la carga era abrumadora.
“Recuerdo el día en que el médico nos lo dijo”, dice Frank, con voz tranquila. “Sentí como si la tierra desapareciera bajo mis pies. Todo lo que podía pensar era en cómo salvarla”.
Los médicos confirmaron que Frank era el mejor donante de médula ósea. Sin dudarlo, intervino para darle a su hermana el regalo de la vida. El tratamiento fue exitoso, pero agotó los recursos limitados de la familia.
“Tuvimos que elegir entre comida, medicina y matrícula”, dice la madre de Frank. “No podíamos pagar todo. Frank lo sabía y no se quejó cuando le dijimos que no podía ingresar a la universidad pública”.
El sueño de Frank de convertirse en un profesional del marketing digital quedó en suspenso. Ahora él se quedaba, ayudando en casa, buscando cualquier forma de trabajar y contribuir con dinero a su familia, y cuidando a su hermana en recuperación. Pero el espíritu de Frank no fue vencido.
“Me aferré a mi fe”, dice Frank. “Sabía que Dios tenía un plan, incluso si aún no podía verlo”.
Un sabor de esperanza
Frank había sido parte del programa de Compassion Ecuador en su iglesia local desde que era un niño. El programa no solo le proporcionó alimentos, orientación espiritual y útiles escolares, sino que también le brindó un sistema de apoyo. Cuando la iglesia local y el personal del centro de Compassion se enteraron de la situación de Frank, intervinieron nuevamente, esta vez con aliento y una nueva idea.
“Frank es talentoso, amable y trabajador”, dice el pastor Wilson, quien dirige el ministerio de la iglesia. “Sabíamos que tenía lo necesario para cambiar sus circunstancias. Solo teníamos que ayudarlo a creer eso también”.
La iglesia se ofreció a ayudar a Frank a iniciar un pequeño negocio. Inspirado por una golosina favorita de su infancia, Frank decidió hacer y vender Choco Bananas. Obtuvo plátanos de un mercado local y aprendió a derretir y templar el auténtico chocolate ecuatoriano que viene del cacao, un sabor amado en todo el mundo.
Con una bandeja prestada por su madre, algunos empaques y muchas oraciones, Frank salió a las calles de su pueblo. Caminó por los mercados, se paró fuera de las escuelas y fue de puerta en puerta, ofreciendo sus productos hechos a mano, por menos de 50 centavos cada uno.
“Recuerdo mi primera venta”, sonríe Frank. “Un niño pequeño me dio 25 centavos y dijo: ‘Esto es lo mejor que he probado en mi vida’. Casi lloro. No fue solo una venta, fue esperanza”.
En las primeras semanas de su nueva empresa, Frank ganaba solo cinco dólares por día. El negocio comenzó lento, pero se corrió la voz rápidamente. A la gente le encantó el sabor y le encantó aún más la historia de Frank. Pronto, estaba ganando lo suficiente para contribuir a las necesidades diarias de su familia, e incluso lo suficiente para ingresar a la universidad pública, ya que sus ingresos por los Choco Bananas lo ayudaron a cubrir su matrícula.
Un dulce paso a la vez
Hoy, Frank se levanta temprano para preparar sus plátanos y chocolate. Ora por su trabajo, pidiéndole a Dios que bendiga a cada cliente. Luego se dirige a clases y regresa a casa para vender sus plátanos al final de la tarde.
“Es un trabajo duro, pero estoy feliz todos los días. Mi hermana está sana, estoy estudiando y puedo contarle a la gente sobre Jesús con cada Choco Banana que vendo”.
La iglesia es un cliente clave para su negocio. El pastor Wilson a menudo compra muchas Choco Bananas para dárselas a los niños de las comunidades circundantes y se asegura de que quede mucho para los niños en el servicio dominical.
La historia de Frank ha inspirado a otros en el centro de Compassion, especialmente a los niños más pequeños que lo ven como un modelo a seguir. Comparte su testimonio durante los servicios para jóvenes, recordando a todos que ningún acto de fe pasa desapercibido.
“Ser un seguidor de Jesús no significa que la vida sea fácil. Significa que caminas a través de él con propósito y alegría, sin importar los obstáculos”, dice Frank a menudo.
Cuando se le pregunta qué lo mantiene en marcha, la respuesta de Frank es simple: “La sonrisa de mi hermana, el amor de mi familia y la gracia de Dios”.
Todavía sueña con expandir su negocio: tal vez, algún día, vender sus Choco Bananas más allá de su pueblo o incluso tener su propia pequeña tienda. Pero, por ahora, está contento con el viaje.
“Cada plátano que sumerjo en chocolate es un recordatorio de que la vida puede volver a ser dulce, incluso después de los días más amargos”.
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