UNA EXBENEFICIARIA QUE LIDERA GENERACIONES

Abr 15, 2025

Mirna creció en un hogar humilde junto a sus hermanos, con una madre sola que criaba a diez hijos. En medio de tantas necesidades, el programa fue una respuesta de Dios. Recuerda con gratitud que recibía alimentos en la iglesia, que podía hacer sus tareas allí, y que jugaba con los maestros que la cuidaban con ternura. Esa atención integral no solo suplía lo físico, sino que guardó su corazón durante toda su niñez. Aunque con el tiempo se alejó de Dios, a los 22 años volvió a Él y, desde entonces, ha vivido para servir.

Desde pequeña, supo que Dios la cuidaba. No era solo un pensamiento bonito: lo vivía cada vez que, saliendo de la escuela, llegaba a la iglesia donde la esperaban con comida caliente, ayuda para sus tareas y mucho amor. Su familia vivía con lo justo; a veces solo comían una vez al día algo ligero. Pero la iglesia, junto con el programa de Compassion, se convirtió en un refugio lleno de esperanza.

Con los años estudió educación, se especializó en parvularia, obtuvo un magíster y trabajó en organizaciones enfocadas en la niñez y adolescencia. Pero su mayor logro no es académico, sino espiritual: fundó una escuela cristiana en Guayaquil donde predica el evangelio a cada niño que llega. La idea nació justo con el nacimiento de su primera hija. No podía dejarla sola y tenía experiencia en cuidado infantil, así que abrió una pequeña guardería en casa. Lo que comenzó con unos pocos niños fue creciendo, aunque no sin dificultad. La escasez de recursos, la enfermedad y el cansancio casi la hicieron renunciar. Pero fue por un sueño, donde Dios le habló directamente, que se animó a seguir adelante: “No puedes dejar a los niños en la intemperie”, escuchó en esa visión.

Poco a poco, junto a su esposo, fueron construyendo no solo una escuela, sino un espacio donde Jesucristo es el centro y la educación va de la mano con la formación espiritual. En 2023, luego de años de trámites y esfuerzo, obtuvieron el permiso oficial de funcionamiento. Hoy, atienden a casi 300 estudiantes desde inicial 1 hasta noveno año de educación básica.

Tiempo después, Mirna se reencontró con una de sus antiguas maestras. Aquella mujer, desanimada por no ver “frutos” en su sacrificado ministerio, rompió en llanto al ver a su exalumna convertida en pastora, educadora y líder. Ese día, ambas entendieron que el trabajo por los niños nunca es en vano.

Hoy, desde su rol como directora y pastora, su anhelo es que los niños y niñas de su escuela y comunidad reciban el mismo respaldo que ella tuvo en su infancia. Porque sabe —por experiencia propia— que un plato de comida, un cuaderno o una oración pueden cambiar el rumbo de una vida entera.

Creemos en el poder de sembrar en tierra fértil. Y aunque a veces no veamos el fruto de inmediato, sabemos que Dios hace crecer cada semilla que se planta con amor.

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