LA IGLESIA ES MI HOGAR
Cuando era niña, solía caminar sola por las calles de tierra en busca de entretenimiento. Apenas tenía seis años y estaba sola, jugando con palos de madera, plástico o plantas que crecían en el suelo árido y polvoriento. Muchas personas pasaban a mi alrededor. Algunos me veían y me sonreían, y otros pasaban de largo sin mirar atrás. No sentía miedo, pero no me gustaba estar sola. Seguí caminando con mis zapatos rotos y polvorientos.
Podía pasarme horas bajo el intenso sol esperando a que mi madre viniera a buscarme. Muchas veces me quedaba dormida en la calle, esperando. A veces, ella venía a verme, pero la mayoría de las veces era mi padre quien llegaba a casa del trabajo por la noche y me encontraba.
Recuerdo claramente que mi padre solía levantarse muy temprano para ir a trabajar. Es un hombre de 76 años y, sin embargo, sigue trabajando duro. Una mañana, le escuché preparar la comida y prepararse para salir; me senté en la cama para observarle. A mi lado estaba mi madre, profundamente dormida, junto con mi hermanito. Cuando mi padre se fue, me besó en la frente, me abrazó fuerte y me dijo: «Marjorie, pórtate bien, cómete la comida que he dejado en la mesa y no salgas de casa.” Inmediatamente me tumbé junto a mi madre y me dormí de nuevo a su lado. Un par de horas más tarde, oí llorar a mi hermano Bolívar, de dos años -lloraba mucho-, pero mi mamá seguía durmiendo. Me levanté y cargué a mi hermano, tratando de calmarlo. En la mesa, mi papá había dejado una taza de leche que ya no estaba caliente, pero igual se la di a mi hermano para que dejara de llorar.
Mi madre se levantó y salió de casa; yo volví a quedarme sola con mi hermano. Pasaron las horas y jugué con Bolívar hasta que se durmió. En ese momento, salí de la casa para caminar por las calles; tenía hambre y sentía que el sol me quemaba la cara. Mientras caminaba, recuerdo bien que vi a unos niños que salían de una casa grande. Todos iban vestidos igual y llevaban mochilas; me paré a mirarlos mientras llegaban sus padres, los abrazaban y caminaban juntos de la mano. Me sentía triste porque no tenía a nadie que caminara a mi lado, cogiéndome de la mano.
Los días pasaban, y cada vez mi madre estaba menos presente en casa; a veces venía a dormir, pero muchas veces no, y aunque mi padre siempre se ocupaba de nosotros, tenía que trabajar para mantener la casa.
Poco a poco, mi madre se fue alejando. Yo no entendía lo que pasaba; sin embargo, siempre escuchaba lo que me decía mi padre: «Cuida de tu hermano y dale de comer».
Mi madre se levantó y salió de casa; yo volví a quedarme sola con mi hermano. Pasaron las horas y jugué con Bolívar hasta que se durmió. En ese momento, salí de la casa para caminar por las calles; tenía hambre y sentía que el sol me quemaba la cara. Mientras caminaba, recuerdo bien que vi a unos niños que salían de una casa grande. Todos iban vestidos igual y llevaban mochilas; me paré a mirarlos mientras llegaban sus padres, los abrazaban y caminaban juntos de la mano. Me sentía triste porque no tenía a nadie que caminara a mi lado, cogiéndome de la mano.
Los días pasaban, y cada vez mi madre estaba menos presente en casa; a veces venía a dormir, pero muchas veces no, y aunque mi padre siempre se ocupaba de nosotros, tenía que trabajar para mantener la casa.
Poco a poco, mi madre se fue alejando. Yo no entendía lo que pasaba; sin embargo, siempre escuchaba lo que me decía mi padre: «Cuida de tu hermano y dale de comer».
Una mañana mi madre llegó a casa; tenía un aspecto diferente y parecía otra persona. Me cogió de la mano, salimos de casa y caminamos por varias calles. Mientras caminábamos, vi a una señora que nos observaba. Se acercó a mi madre y hablaron. Fuimos con la extraña mujer a una iglesia donde nos dieron comida. Mientras la señora -que me di cuenta de que era la esposa del pastor- me daba una hoja para colorear, otras personas hablaban con mi madre. Después de varios minutos, mi madre dijo: «¿Puedo dejar a mi hija aquí una hora? Tengo que ir a hacer algo y volveré pronto».
La esposa del pastor, con una sonrisa en la cara, dijo: «¡Por supuesto! Cuidaremos de Marjorie hasta que vuelvas».
Pasaron varias horas y oscureció, pero mi madre no volvió. El pastor y su esposa parecían preocupados. Yo no lloré porque estaba acostumbrada a estar sola; sin embargo, la mujer del pastor intentó distraerme y me mantuvo tranquila con juegos y canciones. Luego, me llevaron a mi casa. Estaban preocupados por mi madre.
Llegamos a mi casa y mi padre estaba allí con mi hermano, pero mi madre no estaba. Mi padre me sentó con mi hermano pequeño; nos dio un vaso de leche y empezó a hablar con el pastor y la esposa.
Últimas Entradas
MILAN Y SU MILAGRO
Cuando Milan tenía apenas 2 años, comenzó a experimentar convulsiones que los médicos inicialmente atribuyeron a una fiebre alta. Sin embargo, dos años después, las convulsiones regresaron sin causa aparente, lo que llevó a los especialistas a realizar exámenes...
ESPERANZA EN MEDIO DE LAS SOMBRAS
En las periferias de ciudades ecuatorianas como Portoviejo, el peligro ha empezado a ganar terreno en la vida de las familias. Al caer la noche, el silencio esconde el miedo que invade los hogares, mientras el crimen y la violencia hacen eco en las calles. Niños y...
DE PALETS A CAMAS
¿Tus hijos han dormido alguna vez en el suelo? ¿Alguna vez te has preguntado cómo se sentiría pasar una noche entera en el suelo frío y duro? Miles de niños en todo el mundo aún no tienen una cama donde descansar, lo que afecta su desarrollo físico e intelectual. Pero...
UNA PROMESA CUMPLIDA
"Un día, bendeciré a un niño tal como tú lo haces hoy por mí". Estas fueron las palabras que Pamela escribió en varias ocasiones en cartas dirigidas a su patrocinador. Hoy, esas palabras se han hecho realidad. Dios le ha concedido el honor de patrocinar a un niño,...
ENFRENTANDO LA CORRIENTE
Nacida y criada en la ciudad de Quito, Rafaella y su familia se trasladaron a la provincia de Pastaza en busca de mejores oportunidades. En medio de exuberantes bosques, vida silvestre y ríos imponentes, Rafaella encontró su pasión en un deporte poco común para las...
UN DEDO MENOS, UNA FE MÁS FUERTE
A los 18 años, Evelyn, una joven llena de sueños, sufrió un accidente que le cambiaría la vida para siempre. Mientras bajaba de un camión, su anillo quedó atrapado, desgarrando su dedo. Fue llevada de urgencia a un hospital en la provincia de Chimborazo, donde los...