Cuando la Fe Sostiene a la Esperanza

Jul 25, 2023

Hace casi cinco años, conocí a María Belén y sus hermanos. Vivían con su madre en una de las zonas más pobres de la costa ecuatoriana. Los seis niños convivían en una pequeña habitación con una sola cama. La madre de los niños pasaba todo el día en la calle, recogiendo botellas de plástico de la basura, para venderlas y reciclarlas.

Mientras trabajaba, los niños estaban solos en la calle o en la casa. Ninguno de ellos asistía a la escuela; ninguno de ellos sabía leer ni escribir. Fue una situación difícil para los niños, ya que ninguno de ellos tenía sus cédulas de identidad. No habían sido inscritos en el registro civil al nacer. En otras palabras, ninguno de los niños existía para el Estado, ni tenían derechos en el país.

Cuando Catalina, la directora del centro EC0538 Compasión en la población de La Libertad, conoció a los niños y se dio cuenta de la extrema pobreza en la que vivían, gestionó para inscribirlos en el programa de patrocinio; sin embargo, no pudieron registrarse porque no tenían documentos de identidad, justamente.

 

«Fue una situación difícil. Como iglesia, queríamos ayudar, pero los niños no tenían identidad; legalmente, los niños no existían para el Estado, y eso me rompió el corazón», dice Catalina.

Para empeorar las cosas, el padre de los niños los abandonó, y su madre estaba luchando contra graves problemas de adicción. No tenía un trabajo estable ni el dinero para el papeleo respectivo. Ver toda esta situación tocó el corazón de Catalina, y ella personalmente inició el proceso de registro de los niños y llevó a cabo todos los trámites necesarios para obtener sus cédulas de identidad.

Finalmente, después de un largo proceso, los seis niños obtuvieron sus cédulas. Además, gracias al apoyo de la iglesia local, todos los niños recibieron becas para que pudieran ingresar a una escuela para estudiar. Sin duda, esa fue una historia increíble y esperanzadora.

Cuando conocí a los niños y a Catalina, mi corazón se llenó de gratitud y alegría. Estaba tan feliz de escribir y documentar una historia en la que el amor de Jesucristo se podía ver tan claramente en la vida de estos niños. Me di cuenta de que todavía había esperanza para este grupo de hermanos, y para todos los niños del mundo. Pensé que esta historia tenía un final feliz… Pero me equivoqué.

 

Cinco años después, a través del especialista en protección infantil de Compassion Ecuador, descubrí que la situación de los seis niños se había complicado. 

 

La madre de los niños los había abandonado debido a sus adicciones, y ellos habían estado viviendo en su pequeña casa completamente solos durante varias semanas. María José, la mayor de los hermanos, pidió ayuda a la iglesia ya que no tenían comida. Sin perder tiempo, Catalina fue a verlos a la casa, llevándoles comida y víveres para comprobar que los niños estuvieran en buenas condiciones. Desafortunadamente, la madre de los niños desapareció y no volvieron a saber de ella. Los niños no tenían a nadie a quien recurrir. Ningún miembro de la familia quería cuidar a los seis menores.

Al enterarme de una situación tan terrible, me di cuenta de que la historia de estos pequeños aún no había terminado. Creí que todo había terminado felizmente, pero no era cierto. En ese momento, me pregunté: «¿Qué pasa después de la esperanza? ¿Qué pasa con la vida de los niños sobre los que escribo historias? ¿Qué pasó con su final feliz?»

Sin embargo, en ese momento, también vi que la esperanza nunca termina, y estos pequeños son un claro ejemplo de que el apoyo y el amor siempre habrá mientras exista la fe. Y fe es lo que Catalina y su equipo de trabajo tienen en abundancia.

 

El gobierno local, al darse cuenta de que los menores no tenían un adulto que se hiciera cargo de ellos, decidió separar a los seis niños, enviando a tres de ellos a un refugio y a los tres más pequeños a un orfanato. Fue una noticia devastadora.

 

«Lloré mucho. Abracé a mis hermanos porque no quería separarme de ellos. Le dije a Catalina que no permitiera que nos llevaran», dice María Belén.

Catalina inmediatamente llevó a los niños a la iglesia. Cuando los trabajadores sociales del gobierno fueron a la iglesia para llevarse a los niños, Catalina pidió hablar con el alcalde de la ciudad para solicitar que no se llevaran a los seis niños.

«Tenía miedo, pero gracias a Dios, pudimos hablar con el alcalde de la ciudad. Después de explicar toda la situación, compartimos sobre el gran riesgo que correrían los niños si fueran separados y llevados solos a refugios. El alcalde nos dijo que los niños necesitaban un tutor legal que asumiera la responsabilidad de ellos, entonces no serían transferidos a orfanatos. No teníamos idea de lo que podíamos hacer», dice Catalina.

Finalmente, después de horas de debate en la alcaldía, Catalina y el pastor de la iglesia fueron nombrados tutores legales de los seis chicos hasta que María José (la hermana mayor), cumpla 18 y pueda asumir la responsabilidad de sus hermanos menores.

Inmediatamente, el pastor de la iglesia, con la ayuda de Compasión Ecuador, comenzó a construir una pequeña casa dentro de las instalaciones de la iglesia. Con seis camas, una cocina y todas las instalaciones necesarias, su nuevo hogar aseguraría que María Belén y sus hermanos y hermanas estuvieran bien protegidos.

«Estoy feliz de poder vivir en la iglesia. El pastor y el director nos tratan bien y nos dan comida, y podemos seguir estudiando en la escuela», dice María Belén.

Actualmente, los niños viven juntos en un lugar seguro. Aunque ningún familiar externo ha querido cuidar a los niños, todos están estudiando, todos con buenas calificaciones en la escuela. Catalina y el personal del centro los cuidan y les brindan ayuda espiritual y psicológica para superar ese momento difícil que atravesaron.

María José, la hermana mayor, está recibiendo capacitación en la iglesia, enfocada en administración y ventas. Pronto administrará una pequeña tienda de comestibles los fines de semana, al lado de la iglesia, para poder obtener ingresos y mantener a sus hermanos. En dos años, a los 18 años de edad, se convertirá en la representante legal de sus hermanos pequeños.

Junior, el segundo de seis hermanos, va al taller mecánico del pastor todas las tardes después de la escuela. Está aprendiendo mecánica de automóviles y motocicletas para que, en el futuro, tenga habilidades y también pueda colaborar para ser responsable de sus hermanos pequeños.

En cuanto al pequeño Moisés, tiene sus propios planes. «Cuando crezca, quiero ser pastor y oficial de policía, ¡para poder proteger a los niños que no tienen un hogar!», dice.

Esta historia aún no ha terminado …

¿Es este un final feliz? Yo diría que este no es el final de la historia. Estos pequeños tienen un futuro brillante. Sí, estará lleno de desafíos, pero están rodeados por el amor de la iglesia que los acogió y les dio identidad, un hogar y mucho amor.

Esta historia me tocó el corazón y me enseñó que la esperanza nunca termina, que las historias nunca tienen fin, y que mientras personas como tú estén dispuestas a seguir contribuyendo y luchando por los derechos de los niños, muchos más seguirán buscando un final feliz a sus historias de vida, gracias al amor de todas las personas que pueden sembrar esperanza en sus corazones.

Por: Nico Benalcazar /Photojournalist Compassion Ecuador

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